miércoles, 7 de noviembre de 2007

ATRAÍD@S POR EL MAR Y LOS MANGLARES

Esto es como una continuación o mejor dicho, un mejor final, por la mezcla de mis experiencias diarias en bici.

La mirada fija en el arma intacta. Mientras sorbe la leche caliente se fija en la sangre de uno de los enemigos que le cubre las zonas más obvias, piensa que necesita mantenimiento pues se ha trabado algunas veces.
Termina el ritual alimenticio se acerca a ella y la toma con firmeza, pensando en aquello que encontrará a su paso en el campo de batalla. Sale a la calle y un mototaxista le mira con pena, talvez pensado en el S/. 1.50 que deja de ganar.
El frío de la mañana le enfrenta primero, mientras corta el viento que trae sangre del enemigo que sigue ensuciando su arma predilecta, que le hiere los riñones a veces y que su constante masoquismo, amor por el deporte o -el miedo de acercarse mucho al mundo, a la gente-, no le permite dejarle. Son casi uña y mugre, el armazón de hierro es casi una extensión de sí misma.
Piensa en lo mucho que ha comido hoy y los músculos de sus piernas frenéticos se aferran a los dos gatillos con esperanza, avanzando más y más rápido, mientras el zumbido cada vez más agudo del jebe rozando el asfalto le acaricia los oídos.
Aprieta el arma, se suspende sobre ella y dispara cada vez más rápido, sintiendo como el calor baja hasta sus piernas cual ácido, la respiración se acelera y sólo piensa en la ruta que se había trazado, pasa por su mente la carretera, los algarrobos, piensa en la peligrosa intersección en cruz de la ruta a Catacaos, pero no tiene miedo, se imagina a los manglares espesos esperándola – el final de su recorrido -, y sonríe.
Sus compañeros le acompañan, un vasco cabellos ensortijados y una rubia casi al pomo cooperante recién llegada, sus buenos amigos, grandes colegas del “Club de la Langosta” (es porque devoran todo lo que está a su paso).
Adelanta un burro mientras juega con sus amigos a hacer cadenas. A veces adelanta, algunas se atrasa, pero la ruta sigue. Contando chistes se les acerca Simbilá, famosa por los orfebres hacedores de ollas, y artículos de arcilla, toman fotos a lo maromero/a –pedaleando, con las manos en la cámara-
Las mujeres les miran extrañadas, los chicos avezados les silban.
Siguen su ruta, han llegado a Catacaos, siguen de largo esquivando combis y ticos apuraditos en búsqueda de nuevos pasajeros, mientras, ella les sirve de guía turística, indicando dónde queda cada sitio, y hacia donde conduce cada ruta que sale a su paso. Es así que como una visión la Iglesia de Ñarihualac -asentada sobre el único cerro en el radio de varios kilómetros- les mira de lejos, lo que a ella le recuerda la vieja imposición del catolicismo sobre las bases socioculturales y religiosas de sus antepasados/as. Le comenta a los pedaleantes sus pensamientos mientras intenta beber a sorbos un poco de agua.
El sol piurano les es favorable, se esconde un poco para no rostizarles -cosa que no se puede decir el padre viento-, a quien ella entre bromas le improvisa un ritual con las manos hacia el cielo, clamando piedad mientras a lo lejos se ven las primeras casas del siguiente pueblo: La Arena.
Las casas de la misma estructura en casi todos los pueblos: techos de calamina, paredes de ladrillo las del centro de la ciudad, o quincha en los alrededores, lo mismo de la gente. Coloridos vestidos las mujeres, camisas con bolsillo, pantalón oscuro o “blue jean” los hombres, pero siempre con las cabezas cubiertas porque en los desiertos es casi casi obligatorio, el sol no perdona.
Siguen andando, con las camisetas del club -donadas por una ferretería- bastante sudadas, se les baja una llanta en el camino, bajan a inflarla, tomando fotos a cuanta cosa “rara” se les cruzara, bien podría ser dos perros/as teniendo sexo como un letrero inmenso con “horrores” ortográficos; dos niñas cargando agua o un anciano quemando descansando en la puerta de su casa. Así es como ya a 40 kilómetros, dos horas de recorrido y tres botellas de agua bebidas, al fin se topan con el letrero que reza:
Vice CAPITAL REGIONAL DEL MANGLAR BIENVENIDOS A LOS MANGLARES SAN PEDRO Santuario Regional de Piura.
Mucha alegría… hasta ahora.
Doblar a la derecha y seguir ahora con toda la ira del padre viento poniendo más peso a los pedales -por la brisa del mar cercano-, pero por un camino de trocha, se adentran con muchas ganas de tocar playa, como si el mar fuera un imán que les atrae. Ahora renovados/as por la emoción, toman sus armas con más fuerza, la arena que se une al ritual bailarín del viento en remolinos pequeños se les mete en los ojos, pero están alegres.
Les toma 45 minutos ver algunas ramitas del mangle, algo grisáceo en esa zona, doblan nuevamente a la derecha y como hubiera sido parte de un reto ya no hay viento ni arena ni pedales pesados y sin el ruido de éstos en sus oídos. Ahora es sólo el mangle, el mar, las pequeñas olas de esa zona, la brisa, el rico sol, las gaviotas, garzas y otras aves… ¡y el fresco dándoles a la cara!: es la gloria, el paraíso, a ella le recuerda que había leído un artículo mencionando que el Edén quedó en Piura, pensó que no se equivocaban.
Ahora por la espesura de la arena arrastran las seis ruedas un poco más, en dónde las olas son grandes, pasando la duna cercana. Comida no hay, agua no queda, tienen los bolsillos llenos de dinero, pero no hay tiendas en los manglares, se ríen de este pequeño detalle, azuzada esa risa por el hambre ahora carcajean. Los demás visitantes, llegados en combis, ticos y ómnibus les miran de reojo pero siguen comiendo.
A intentar comprar un huesito roído sobrante de algún alma caritativa: ¡qué más da!, ya hicieron la ruta, ya llegaron a su destino, ha están en los Manglares.

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